Cooperación al desarrollo de la teoría a la práctica: también una cuestión de género

 La comprensión del concepto de desarrollo ha variado con los años, entendiéndose de forma consensuada en la actualidad, que el camino a seguir para mejorar las capacidades y oportunidades de todas las personas es el Desarrollo Humano Sostenible. Éste, coloca a la persona como centro y sujeto activo del desarrollo, promoviendo un crecimiento económico sostenible, inclusivo y equitativo que genere mayores oportunidades para todas las personas, reduzca las desigualdades, mejore el nivel de vida, fomente el desarrollo social y promueva la gestión integrada y sostenible de los recursos naturales y los ecosistemas, siendo a su vez, capaz de satisfacer las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades.


De este modo, las organizaciones de cooperación internacional para el desarrollo deben tener en cuenta las circunstancias desiguales de más del 50% de la población, las mujeres. Ya que éstas, a lo largo de la historia, han sufrido discriminación frente a los hombres a través de la asignación de roles, responsabilidades y oportunidades específicos, construidos socialmente sobre la base de las diferencias biológicas entre sexos.


La más que clara evidencia de esta desigualdad ha mostrado, por tanto, la necesidad de poner en marcha procesos de cambio orientados a eliminarla, buscando una visión completa de la realidad que tenga en cuenta a todas las personas que conforman las distintas sociedades del mundo. Muestra de ello es la Cumbre de las Naciones Unidas para la adopción de la agenda de desarrollo posterior a 2015, en la que se acordó por consenso el documento “Transformando nuestro mundo: la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible”. Este documento contiene 17 Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS) a cumplir de aquí a 2030 e incluye específicamente un objetivo orientado a conseguir la igualdad de género, el ODS 5: “Lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas”. Considerándose, además, de cara al compromiso de la Agenda de “no dejar a nadie atrás”, que el logro de la igualdad de género es una parte fundamental para avanzar en la consecución de todos los demás objetivos, quedando así reflejado en el párrafo 20 de la propia Declaración.


Así, para las organizaciones de cooperación al desarrollo, el trabajar la promoción de la igualdad y equidad entre mujeres y hombres en los procesos ha pasado de ser una necesidad a ser un imperativo. Hoy por hoy, conseguir la igualdad real de género es al fin considerada como una condición necesaria para lograr un mundo sostenible, pacífico y próspero. Y es que ¿cómo se puede trabajar para fomentar el desarrollo humano sostenible y la equidad social sin tomar en consideración las desigualdades que sufren las mujeres frente a los hombres, así como las estructuras y el sistema patriarcal que las sustentan?


Pues bien, en la práctica, una buena parte de los proyectos de cooperación al desarrollo siguen sin integrar la perspectiva de género en sus planificaciones, mostrándose “ciegos” ante las desigualdades de género. Estos proyectos dirigen sus acciones a la “población en general”, sin ni siquiera distinguir entre hombres y mujeres, obviando las diferencias y desigualdades en las capacidades y oportunidades de las personas, trabajando a partir de información sesgada y basada en suposiciones que no cuestionan las estructuras existentes y que incluso pueden generar una mayor desigualdad.


Por su parte, multitud de proyectos, que sí han intentado incorporar la dimensión de género, se han venido desarrollando con el llamado enfoque de “Mujeres en el Desarrollo” (MED), teniendo efectos limitados en cuanto al fortalecimiento de la posición de las mujeres en sus respectivas sociedades. Ya que, aunque es importante valorar el papel de las mujeres como agentes de desarrollo e identificar los diferentes roles y necesidades que hombres y mujeres desempeñan en sus comunidades, resulta cuanto menos insuficiente si se quiere acabar con las desigualdades estructurales que los perpetúan. Así, muchos de estos proyectos han intentado mejorar las condiciones de vida de las mujeres a través, únicamente, de actividades específicas dirigidas a ellas. Por ejemplo, buscando contribuir a incrementar sus ingresos mediante proyectos basados en la capacitación en sus roles tradicionales, sin ninguna reflexión sobre las alternativas de otros sectores potencialmente más productivos o sobre su capacidad de control sobre los recursos que se generen. Dejando además de lado, el análisis del papel de los hombres y enfocando toda la responsabilidad de las desigualdades de género en las mujeres, sugiriendo que son ellas las únicas que tienen que cambiar.


Para cubrir esas carencias surge el llamado enfoque de “Género en el Desarrollo” (GED), que basa sus intervenciones, no en las mujeres, sino en las relaciones y posiciones desiguales entre mujeres y hombres para buscar una transformación de carácter estructural. Su objetivo general es la búsqueda de relaciones de equidad entre hombres y mujeres a través del fortalecimiento de las capacidades y de la propia autonomía. Sin embargo, ¿cómo ha de integrarse este enfoque transversal en la planificación y los procesos de trabajo de cooperación al desarrollo, en la práctica, para que resulte eficaz?


En primer lugar, es necesario partir de un análisis de las desigualdades y necesidades de género que muestre la realidad de la vida de hombres y mujeres. Esto hace posible contrastar nuestras ideas preconcebidas y sirve de base para analizar el impacto diferenciado que puede tener nuestra intervención sobre las condiciones de vida y la posición de mujeres y hombres en sus respectivas sociedades. Este análisis debe ser, sobre todo, un análisis sociocultural adaptado a la realidad de las desigualdades entre mujeres y hombres en cada contexto específico, centrado en la “cultura de género” propia de cada comunidad en la que se pretende intervenir, y en el que, además, se tenga en cuenta la heterogeneidad y diversidad del propio colectivo de las mujeres.


Del mismo modo, los proyectos y acciones de desarrollo deben implicar a todos los sectores de la población para garantizar su participación en todo su ciclo de vida. Por lo que, es de vital importancia incluir también a los hombres, ya que la promoción de la igualdad real entre mujeres y hombres no es solo una cuestión de mujeres y el logro de relaciones más equitativas no se conseguirá mientras no se trabaje la dimensión de género con los hombres, como sujetos responsables y partícipes de este cambio.


Para la eficacia de todo lo anterior, es necesario asegurarse de que las personas responsables de la planificación e implementación de los proyectos de cooperación tengan la formación necesaria en materia de género, a través del desarrollo, por ejemplo, de programas adecuados y permanentes de capacitación y sensibilización. Fomentándose, de esta manera, la definición e implementación eficiente de metodologías y procedimientos innovadores sensibles al género en las acciones e iniciativas de desarrollo.


Cabe destacar, por último, la importancia de asegurar la sostenibilidad del trabajo realizado en cuanto al género, fomentando la recogida sistemática de lecciones aprendidas y buenas prácticas de las diversas iniciativas y proyectos implementados, de modo que, todo el trabajo anteriormente realizado no se pierda y pueda servir de base para futuras intervenciones.


De la teoría a la práctica, parece quedar que existe un largo camino por recorrer para evitar que la integración de la dimensión de género se siga desvirtuando o que se utilice como una excusa para no avanzar hacia la igualdad real en los proyectos de cooperación al desarrollo. 


Por todo ello, y más allá de las organizaciones de cooperación, debemos seguir luchando desde las diferentes esferas de la sociedad para que la igualdad y equidad entre hombres y mujeres se convierta en la normalidad. Es una cuestión de coherencia, justicia social y derechos humanos. No podemos olvidar que están en juego las vidas de más de la mitad de las personas de éste, nuestro planeta.


Y tú ¿cómo trabajas por la igualdad real de género?




Por: Beatriz Iritia Urbano (Madrid, España)

Graduada en Sociología,

Máster en Estrategias y Tecnologías para el Desarrollo,

Voluntaria en el área de empleo de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR Madrid),

Analista técnica en la Plataforma de África de la Universidad Politécnica de Madrid.



Bibliografía

 

Die Deutsche Gesellschaft für Internationale Zusammenarbeit (GIZ). (2015, noviembre). La perspectiva de género en la cooperación internacional al desarrollo Conceptos básicos y buenas prácticas. Recuperado de https://www.giz.de/de/downloads/giz2015-es-La_perspectiva_de_genero_en_la_cooperacion_internacional_al_desarrollo.pdf 

Elson, D. (2016). La igualdad de género y la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. En M. Pajarín García & B. Leyra Fatou (Eds.), Cuadernos de género 4: Economía, Género y Desarrollo: Enfoques e iniciativas hacía la igualdad (pp. 15–20). Madrid, España: Instituto Complutense de Estudios Internacionales. Universidad Complutense de Madrid.

Organización de las Naciones Unidas. (2015). Transformando nuestro mundo: la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible. Recuperado de https://www.un.org/pga/wp-content/uploads/sites/3/2015/08/120815_outcome-document-of-Summit-for-adoption-of-the-post-2015-development-agenda.pdf

Organización de las Naciones Unidas. (s. f.). La Agenda para el Desarrollo Sostenible. Recuperado de https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/development-agenda/





No hay comentarios.:

Publicar un comentario