Soy Aideé Zamora y nací en
Iztapalapa, crecí en casa de mis abuelos, en Nezahualcóyotl. Como muchas niñas
mexicanas, no crecí rodeada de lujos, pero sí de amor, trabajo duro y sueños que
en esos momentos sentía muy lejanos.
Desde joven, tuve una inquietud: quería hacer
algo útil, algo que ayudara al planeta. Recuerdo perfectamente el momento en
que una profesora de geografía, Berenice Castillo, nos habló por primera
vez del cambio climático. Yo tenía apenas 17 años y salí de esa clase con la
certeza de que quería hacer algo al respecto. No sabía cómo ni con qué
herramientas, pero algo dentro de mí se activó.
Mientras estudiaba la preparatoria, también
trabajaba como recepcionista en una empresa de ingeniería para apoyar en casa.
Ahí, por encargo de mi jefe, comencé a escribir en su blog sobre energías
renovables. Ese fue mi primer contacto con estemundo, mientras redactaba
artículos sobre fuentes limpias y sin saberlo, estaba conectado dos pasiones:
la energía y las palabras.
Busqué en internet qué carreras había
relacionadas con la energía y encontré una opción que, en ese momento, nadie
conocía: Ingeniería en Energías Renovables. Sin conocer a nadie que la hubiera
estudiado, sin saber si era una “buena decisión” y solo con el ánimo que me dio
mi entonces jefe, me postulé. Me aceptaron. Dejé mi hogar en el Estado de
México y me mudé a Morelos para estudiar en el Instituto de Energías Renovables
de la Universidad Nacional Autónoma de México.
No fue fácil, fue como un salto al vacío.
Muchas veces sentí que no pertenecía. Dudé de mí, de mi inteligencia, de mi
lugar en un entorno académico tan demandante. Pero al llegar a los últimos
semestres descubrí el área de desarrollo sostenible y ahí todo cobró
sentido. Comprendí que no necesitaba encajar: podía construir mi propia forma
de ser ingeniera. En ese mismo periodo, cursé la materia de desarrollo
empresarial y aspectos jurídicos de la energía, la experiencia fue increíble, el
crear nuestra propia empresa para resolver problemas reales. Pero también
recuerdo, que pensé “yo no tengo los contactos, el capital, ni la experiencia”.
Apagué ese sueño antes de siquiera intentarlo.
Después de graduarme tardé un año en
conseguir mi primer empleo en el sector energía. Mientras tanto trabajaba en
otro ámbito, sin perder de vista mis objetivos ser independiente y ejercer mi carrera. Un día, revisando mi
correo escolar, vi una convocatoria para una beca en el extranjero. Apliqué. Lo
logré. Y me fui tres meses a España a estudiar socioeconomía de la energía en
la Universidad de Zaragoza y la Fundación Centro de Investigación de Recursos y
Consumos Energéticos (CIRCE). Era la primera vez que salía del país. Ahí se me
abrió el mundo.
Antes de volver, me prometí que regresaría
con trabajo. Me puse a buscar con determinación y conseguí un empleo en
el Instituto Nacional de Electricidad y Energías Limpias, donde colaboré
con el Dr. Javier de la Cruz en proyectos de energía eólica, estudios de
mercado y talleres internacionales. Fueron dos años maravillosos en la
investigación, pero confieso la investigación es genial, pero algo le hacía
falta a mi vida.
Esa necesidad me llevó a un giro inesperado:
las ventas técnicas. Gracias a dos mujeres líderes, Katia y Elsa Bernal,
entré al mundo de la energía solar térmica. Y ahí entendí que podía unir lo
técnico con mi capacidad de comunicar, proponer soluciones y transformar
realidades. Me apasionaba idear estrategias de eficiencia energética, calor
solar y equipos de procesos para la industria. Cada proyecto era una nueva
oportunidad de resolver y de conectar. Además, tenía la gran fortuna de
representar a la marca, estar en ferias, en Expos y conectar con muchas
personas. Y entonces, llegó la pandemia.
Ese periodo me confrontó profundamente. No
quería dejar pasar la vida sin haber construido algo propio y, por primera vez,
sentí una llamada fuerte: quería llevar energía solar, segura y accesible
a más personas. Me senté en la mesa de mi casa, tomé una libreta y comencé a
diseñar lo que hoy es AMERALI, mi empresa. Cinco años después, estoy al
frente de mi propio negocio, hemos liderado más de 30 proyectos en hogares y
empresas, de solar fotovoltaica y eficiencia energética; y lo que más me
enorgullece además de la energía generada, es el impacto que hemos creado.
Sin embargo, el camino no ha sido fácil. Desde
que elegí esta carrera he enfrentado estigmas: “esa es una carrera de hombres”,
“de eso no se vive”, “no pareces ingeniera”. Comentarios que reflejan una
estuctura que históricamente ha limitado la partipación de las mujeres en
sectores como el energético. También, he tenido que trabajar el doble para
demostrar que sé lo que hago y aunque eso cansa, no debería ser necesario. Pero
en un sistema que aún duda de nosotras, resistir es transformar.
El reto más duro de mi carrera no fue
técnico, fue personal. Mi madre, fue diagnosticada con cáncer en 2022. Como
muchas mujeres, asumí el rol de cuidadora principal, una labor invisible pero
esencial que a menudo se espera de nosotras. Durante meses, pausé mi empresa,
mis conferencias y mis sueños. Mamá falleció en 2024. Ella era plenamente
consciente de mi camino, de mis sueños y fuimos nuestro mututo apoyo. En sus
últimas conversaciones me dijo: “Cuando yo no esté, quiero que retomes tus
sueños. Sé que vas a llevar tu empresa hasta donde tú quieras.”
Y tenía razón. Meses después, con el corazón
roto pero con un fuego nuevo, relancé AMERALI. Formé un nuevo equipo, recuperé
proyectos y la visión. Porque su confianza en mí es mi motor.
Hoy, tras 9 años de trayectoria, puedo decir
con orgullo que: He capacitado a más de 900 personas en temas de
energía y sostenibilidad, he dado más de 40 conferencias y
talleres en México y otros países, he liderado proyectos que hoy iluminan
calles, empresas y hogares, mi equipo es paritario, el 80% de nuestros
clientes son mujeres y tenemos un 90% de satisfacción de clientes y lo más
importante: lo hacemos con propósito, no solo con métricas.
También he sido parte activa para promover la
igualdad sustantiva en redes como Red Mujeres en Energía Renovable y
Eficiencia Energética (REDMEREE), Asociación Nacional de Energía Solar (ANES),
Asociación Mexicana de Empresas del Ramo de Instalaciones para la construcción (AMERIC),
Consejo de Profesionales en Energía Fotovoltaica (CPEF), entre otras; porque sé
que el cambio no lo hace una sola persona y yo no quiero ser una historia
aislada. Quiero que más mujeres lleguen, permanezcan y lideren en el sector
energético. Porque una transición energética sin justicia de género no es
transición.
Y si algo me ha enseñado este camino es
que no existen fórmulas. Nos han dicho cómo deberíamos ser, qué podemos o
no hacer, qué sueños son “realistas”. Pero nuestras decisiones, las que nacen
del corazón, de la resistencia, del amor por lo que somos y hacemos, son nuestra verdadera brújula.
Por eso, mi mantra es claro: “Ni fórmulas ni moldes.
Solo decisiones con poder.”
Ese es el mensaje que quiero dejarte hoy.
Porque si yo una niña de Iztapalapa que soñaba con cuidar el planeta, pude
construir una empresa con impacto, liderar proyectos, cuidar a mi madre hasta
el final, y volver a empezar desde cero… entonces tú también puedes.
No se trata de hacerlo perfecto. Se trata de hacerlo
con propósito y siendo yo misma. Y ese, es mi superpoder. ¿Cuál es el tuyo?
Nota: La historia es escrita por su protagonista.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario