Lena Acosta: Una carrera hecha a pulso

 

Mi historia en el mundo de los hidrocarburos comenzó a trazarse sin saberlo cuando apenas alcanzaba la mayoría de edad. Fui víctima de discriminación racial en el 2004 en Cartagena de Indias, Colombia. Era normal que esos casos pasaran sin consecuencias; la diferencia en el mío fue que decidí ejercer mis derechos y denuncié judicialmente a mis agresores. Sin haber calculado el alcance de mis acciones, me convertí en referente de la lucha antirracista en mi país.

 



¿Se acabó el racismo en Colombia? No. Aún persiste, porque si bien hoy existen marcos normativos que protegen puntualmente el derecho a la igualdad de la población afrodescendiente, superar esta realidad requiere de voluntades, decisión y determinación de todos quienes pueden hacerlo posible; es decir, de toda la sociedad.

 

Ustedes se preguntarán: "¿Qué tiene que ver esto con el sector de energía?" Y si bien la respuesta no parece intuitiva, en mi vida este suceso marcó un antes y un después, un morir y volver a nacer con un objetivo muy claro: servir. Soy abogada y, muy al inicio de mi carrera profesional, tuve la gran oportunidad de fortalecer mis conocimientos sobre los derechos individuales y colectivos de los grupos étnicos en Colombia, y fue allí donde conecté con proyectos de hidrocarburos. Desde el Gobierno Nacional lideré procesos de consulta previa para el desarrollo de proyectos de petróleo y gas. Esta experiencia me permitió adquirir habilidades de comunicación asertiva, diálogo intercultural, relacionamiento estratégico y resolución de conflictos que se articulaban de forma armoniosa con mi ética personal.

 

Sin planearlo, mi perfil comenzó a ser muy llamativo para el sector minero-energético, ya que combinaba varias características clave para liderar iniciativas con perspectiva de sostenibilidad: i) formación de base jurídica necesaria para el aseguramiento; ii) idoneidad probada para la gestión comunitaria; y iii) un capital social adquirido a partir de la confianza y credibilidad ganada por ser una mujer de principios.



 

Con esta credencial, trabajé 9 años en el sector público en 2 entidades del Gobierno Nacional muy asociadas a la actividad petrolera: la Agencia Nacional de Hidrocarburos y el Ministerio de Minas y Energía. En ese entonces, fueron muchos los logros alcanzados y los desafíos superados. Recuerdo con mucho orgullo haber sentado las bases para la incorporación del marco de la debida diligencia de Empresas y Derechos Humanos dentro del quehacer institucional. Era una gran apuesta a nivel país, y el sector minero-energético, por su trascendencia social, debía ser pionero bajo un liderazgo institucional ejemplarizante. Nuevamente, mi ética personal fue protagonista.


Alcaldía de Tauramena (Casanare). Presentación de la agenda de competitividad del municipio. 2024
 

En el 2018, tuve la oportunidad de ejercer el rol de Directora de Asuntos Étnicos de la Agencia Nacional de Tierras, máxima autoridad de tierras en mi país, cuya función principal consistía en garantizar acceso a la titulación colectiva a los grupos étnicos, bajo principios de equidad y en cumplimiento de la función social de la propiedad. Fue una experiencia sin precedentes. Reconocer el riesgo de pervivencia cultural que acecha a los grupos étnicos, la capacidad de gestión limitada por recursos económicos, los intereses en tensión sobre la propiedad de la tierra, la ausencia de justicia y equidad en la priorización de los casos y los reclamos de líderes comunitarios basados en el bien particular me hizo entender que, en gran medida, hacía falta resignificar el rol institucional desde el "deber ser" y, con ello, ir ajustando el alcance de conceptos técnicos y jurídicos que permitieran asegurar con mayor transparencia los procesos. Lo di todo, más allá de la milla extra.

 

Después de esta experiencia, me cuestioné como ciudadana y me pregunté: "¿Qué podía hacer yo por Cartagena, la ciudad donde crecí y a la que pertenecía? ¿Si había trabajado por el país, cómo no hacerlo por mi ciudad?" Dicen por ahí que "nadie es profeta en su propia tierra". Sin embargo, me arriesgué e hice un trabajo esforzado de pedagogía electoral. Tener mayores oportunidades de participar en la generación de bienestar, en un sistema democrático, pasa por elegir bien a nuestros representantes. En 2023, recogí firmas para aspirar a la alcaldía de Cartagena en un proceso que autofinancié, de la mano con voluntarios y con el único propósito de mostrarle a la ciudad que es posible hacer política con dignidad. Este ejercicio estuvo rodeado de simbolismos éticos para contrarrestar una cultura ciudadana sumida en premisas como "mejor que robe, pero que haga" o "el vivo vive del bobo". Con mucho esfuerzo y trabajo diario, logramos recoger 26.000 firmas que hoy en día tengo certificadas por el Consejo Nacional Electoral. No logré lo mínimo necesario para aspirar como candidata a la alcaldía, pero sé que pude tocar el corazón de muchas personas en la ciudad que se identificaban con mi propósito: "servir a Cartagena para verla florecer en beneficio de los cartageneros".

 

A finales de 2023, por primera vez, tuve la opción de trabajar con una empresa del sector hidrocarburos y conocer un poco más del mundo corporativo. Muchos aprendizajes, entre ellos, la posibilidad real que tienen las empresas de aportar a la transformación territorial desde la competitividad. Me deslumbró mucho la eficiencia en los procesos operativos, la responsabilidad frente a los indicadores HSE (Health, Safety and Environment) y la presión sobre los resultados para garantizar los márgenes de utilidad proyectados. Mucho de lo que vale la pena transferir al sector público. Sin embargo, sigue existiendo una perspectiva anclada en la viabilidad operativa que les impide trascender a la sostenibilidad operativa.

 

La sostenibilidad no es una estrategia narrativa; es un modelo de gestión que logra su éxito en la medida en que se vuelve cultura en la cotidianidad de las organizaciones. Adicionalmente, no se reduce a una perspectiva biótica y abiótica de lo ambiental; reconoce a los seres humanos que habitan los entornos e impulsan las acciones que garantizan un ambiente sano, más allá de la interacción directa que estos tienen con la operación que se soporta. Aquí sigue habiendo mucho camino por recorrer. Superar miradas restrictivas, transformar interdependencias por trabajo cooperado y mantener una coherencia irrestricta entre lo que se dice y se hace para lograr relaciones reales de confianza. Creo que mi estancia allí también sugirió un reto para la organización. Abrirse a nuevas formas de pensar y ver la realidad para enriquecer la acción empresarial en el territorio no es fácil; aun así, me permitieron validar que el cambio requiere de coraje y que urge reconfigurar una ética corporativa del futuro que sea contextual, que se exprese en el día a día y que sea capaz de tolerar la incomodidad que genera la diferencia.

 

La sostenibilidad del sector energético requiere la confluencia de perfiles que puedan aportar desde lo técnico-operativo, ambiental, social, financiero, tecnológico y otras áreas del conocimiento, lo que abre la oportunidad para que mujeres con una amplia gama de formaciones podamos agregar valor allí. Mi mensaje es para invitar a todas esas mujeres a considerar ser parte de este gran sector, siendo visionarias, trayendo nuevas ideas, retándonos a pensar diferente y, lo más importante, apoyándonos a consolidar modelos de negocios que no solo respondan a la utilidad financiera, sino también a la utilidad social que se puede generar en favor de los territorios donde las actividades se desarrollan.




No puede hablarse de una operación sostenible en contextos de pobreza y escasez. Una transición energética justa no puede ser discutida sin antes trabajar por una transición económica que se alinee con las aptitudes y capacidades de los territorios.


Para fines informativos: la historia es narrada/escrita por su protagonista.




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